Ella se cansó de mendigar cariño y de sonreír a cambio de una cruel caricia, de sentarse en las piernas de un desconocido y embriagarlo hasta que la invitaran a casa.
Eliminó de su vida los lápices labiales y los perfumes baratos con etiqueta dorada; le hostigaron las minifaldas y las pantys con encaje.
Se aburrió de pararse todos los jueves en esa esquina innombrable y de recibir dinero a cambio de un beso.